Entrevista a Isabel Verdini
“ESTALLIDO DE DANZA INCLUSIVA EN DONOSTIA”
Por CARMEN AZAUSTRE
La capitalidad cultural de San Sebastián en 2016 trajo en el ámbito de Conversaciones en Donostia la actividad Experimentando con Verdini de la que el Diario Vasco decía que los aficionados a la danza no se la podían perder porque presentaba la inclusión de bailarines con diversidad funcional en el reparto.
La directora del proyecto, Isabel Verdini, comentaba que su intención era trabajar a partir de las emociones, porque “en Verdini trabajamos el concepto de que todos somos iguales y tenemos las mismas necesidades”. A finales del 2017, de nuevo saltaba la noticia a los medios: “Verdini y el Coro Landarbaso conmemoran
el 80 aniversario del bombardeo de Gernika en el día de las personas con discapacidad”. Una actividad
a la que los más de 40 integrantes de la agrupación coral y la veintena de bailarines con discapacidad de Verdini se sumarían las 25 voces del Kontari, coro infantil de Landarbaso Abesbatza.
No era la segunda vez que este grupo de danza actuaba, porque en este 2018 se celebran los 25 años de la
creación del proyecto Verdini “Verdini y el Coro Landarbaso conmemoran el 80 aniversario del bombardeo de Gernika en el día de las personas con discapacidad” por lo que nos ha interesado hablar con la protagonista del mismo, Isabel, para que nos explique el origen y desarrollo de estos espectáculos.
Carmen Azaustre: Lo primero, Isabel, es darte las gracias por acogernos. Hemos conocido tu actividad a través de los medios y nos interesó mucho el tipo de actividad que haces y el largo e intenso tiempo dedicado a ella y a los que son protagonistas de tu espectáculo, personas con discapacidad y, desde ahí,
quería empezar por ese espectáculo más reciente, del pasado diciembre de 2017, que ha tenido una asistencia
bastante numerosa, 700 asistentes, ¿cuál fue su finalidad? Isabel Verdini: En mis espectáculos, lo que intento es dar a conocer cómo son estas personas porque, primero, son personas, y segundo, magníficas.
No hay que cambiarlas, ni a ellas, ni a nosotros. Lo que hay que hacer es darlas a conocer para que la sociedad cambie el concepto que pueda tener de ellas. Mi espectáculo lo que trata es de dar información, dar sensibilidad, dar esa imagen del Síndrome de Down o de cualquier persona que tenga una diversidad funcional para que sea como es, para que la vean como a cualquier persona. Y, a partir de ahí, vamos a trabajar, vamos a quitarle el miedo al escenario, a que desarrollen sus emociones y a cambiar poco a poco la sociedad con mis espectáculos. Eso, por una parte, y, por otra, a ellos decirles “claro que podéis, podéis ir a más” con ilusión, con trabajo, con riñas porque les riño exigiéndoles, diciéndoles que pueden hacer muchas más cosas de las que piensan. Como todos nosotros, si nos dan confianza, avanzamos.
C. A.: ¿Cuáles han sido los perfiles de tu formación artística?
I. V.: Yo quería ser profesora de danza, me encantaba dar clases de danza, estaba enamorada de mi profesora
de danza. Entonces me dijo que para ser profesora tenía que hacer la carrera y me fui a Barcelona al Instituto de Teatro y Danza. Y en ese momento nació mi sobrina Haizea, y nació con Síndrome de Down. Fue un gran disgusto para toda la familia. Yo, que era una cría en aquel entonces, le dije a mi hermana: “no te preocupes que la niña va a ser bailarina como yo” y volví y, poco a poco, vine aquí y empecé a trabajar y a investigar y relacionar la danza contemporánea con la diversidad funcional y eso ha sido mi trayecto desde hace 25 años que celebro en este2018.
C. A.: ¡25 años! ¡Qué bien! Estás en la madurez de tu trayectoria.
I. V.: Ha sido un trabajo que ha sido experimental en un momento, de mucho aprendizaje en el aula porque había veces que daba unas pautas y no salían bien, tenía que ir por otro lado,… Hasta que he sabido comunicarme con ellos, ser paciente, estar ahí… El amar el trabajo que haces produce esta realidad.
C. A.: Y esa metodología ¿cómo la has desarrollado?
I. V.: Con la ayuda de una pedagoga, amiga mía, que me orienta en el tema de las patologías: Síndrome de Down, Síndrome de Wolf, autismo…
C. A.: ¿Trabajas también con niños autistas?
I. V.: Sí, he trabajado. Lo que pasa es que al final esto se me vino muy grande. Estoy sola, me ayuda mi marido a nivel de producción, mi hermana que me ayuda en clase, alumnas, pero al final era mucho trabajo. Y cuando se murió mi madre hace cuatro años decidí bajar un poco el listón y valorar un poco más la familia; porque al final he dedicado 25 años al Proyecto Verdini, a venir aquí, a trabajar, a sacar espectáculos, a demostrar a la gente que mis alumnos pueden dar lo mejor de sí y la gente lo único que tiene que hacer es cambiar su modo de pensar sobre ellos.
C. A.: ¿Cómo consigues montar tus espectáculos?
I. V.: Lo hemos conseguido con disciplina, rigor y unas pautas claras y también con la confianza de saber que la danza tiene que ayudar a la mejora de todos. Tengo en clase un síndrome de Down al que ayudo, pero él también me ayuda. Nos valoramos los dos como personas, y, a partir de ahí, hay un respeto. Todos los conocimientos que yo tengo del cuerpo humano se los doy a él y se los voy a dar al cliente que viene y hace otro tipo de ejercicio. Todo lo reparto. Al final lo que he aprendido en estos años de cursos, de experiencia
se lo he dado a ellos. Lo que cambia es la comunicación verbal. No puedo utilizar términos técnicos, ahí
está la imaginación… a veces me dicen: “Es que la pierna se me duerme”, y les digo: “Despertarla”. Ellos te lo dicen en su lenguaje. Hay que llevar su expresión a nuestro lenguaje y al final les monto una coreografía,
les doy una clase, les hago un centro, les hago una barra, les hago unas diagonales, etc. Es una clase de danza normal, no me complico la vida. Lo que tengo es gente alrededor que está en el aula y el trabajo es muy individual. Es un trabajo colectivo, pero a la vez muy individual, porque se hace con cada uno y de forma individual, al final sí que todos van, porque no solo tiro de uno en una clase y los demás acompañan, tengo que tirar de cada uno de ellos para que el trabajo conjunto salga. Y ahí está lo bonito.
C. A.: ¿Con qué número de alumnos o alumnas trabajas?
I. V.: Antes, hace cuatro años, hacíamos grupos según las edades, ahora me dedico solo a la compañía, tenía clases de pequeñitos, de 4 a 6 años con psicomotricidad, de 6 a 8 con psicomotricidad y un inicio a la expresión corporal, de 8 a 11 y de 11 a 15, de acuerdo con las posibilidades del niño, porque un síndrome
de Down me puede venir con una excesiva protección y primero hay que trabajar con la familia. Es muy importante el trato con la familia, porque viene a veces desesperada emocionalmente, si tú esos pilares no los alimentas o no les das una esperanza, el niño no va a avanzar porque toda esa pena, esa intranquilidad se la lleva el niño; por eso hay que pensar en la familia fundamental, en la madre, en el padre, en la gente que me
viene. Yo lo primero que hago es hablar con los padres y detecto si están tristes, si tienen alguna enfermedad, porque el niño va a ser un reflejo. Por eso, la familia para mí es muy importante. Sí, hay que hacer un trabajo de familia antes. Porque si no, no puedes trabajar. Hay gente que lleva conmigo 20 años y sigo preguntando qué tal tú, qué tal en el trabajo, y luego pregunto a la bailarina, pero principalmente a los padres. Los niños son muy emocionales y reflejan lo que ven y viven en su casa.
C. A.: ¿Qué destacarías de estos 25 años como rasgos importantes de este aprendizaje tuyo, no de ellos? Porque has dicho que tú también aprendías y eso me parece interesante.
I. V.: Lo que he aprendido es la capacidad de ampliarme por dentro, la sensación de que si abrimos los brazos podemos abarcar mucho y esa sensación me ha dado mucha libertad. Libertad de poder abarcar cosas que yo pensaba porque me veía muy pequeñita no podía y ahora sí, siento que puedo hacerlo, siento que les puedo ayudar, me abren algo por dentro y les puedo abrazar. Ellos me dan una fuerza interna que creo que si no hubiese trabajado con ellos no la tendría, estaría dormida, habría una parte de mi corazón que estaría sin vida, estaría ahí pero no le habría sacado tanto jugo.
C. A.: ¿Ellos han despertado lo mejor de ti o una parte muy importante de ti?
I. V.: Sí, poder decir: “Mira, claro que lo puedo hacer, vamos a poder hacerlo”, porque yo también he sido sorda, lo he pasado mal. Ellos me han dado ese poder decir: “Isabel, sigue adelante que puedes”. Esto te da una energía interna que genera mucha confianza, mucha tranquilidad, una gran paz interior, mirar las cosas desde fuera, aprendes a entrar en clase y mirarte a ti también desde fuera…
C. A.: Claro, porque me imagino que lo que tú vives, lo mismo que lo que vive cada uno en su familia, lo que tú vives en la tuya repercutirá también en tu actividad.
I. V.: Sí, pero entro en clase y me olvido de mi mundo, me olvido de Isabel, y entro en su mundo. Trato de crear un aula de felicidad y ayudarles a ser felices, porque en la vida hay que ser feliz. Es lo que yo planteo en clase. Entonces, miras desde fuera, observas a todo el mundo y luego actúas; a veces, me aparto y veo cómo ellos actúan, cómo bailan, cómo hacen, y de esa mirada deduzco observaciones que me sirven mucho en el día a día.
C. A.: Para ti, Isabel, no es importante solo el producto final, sino el proceso, el camino recorrido.
I. V.: Todo, todo, todo. Un espectáculo tiene un porqué y yo quiero buscar ese algo más. Para mí es el trabajo diario en el que ellos me van diciendo lo que necesitan hacer, porque lo que hacen es escuchar. Les doy tiempo a ellos para aprender, no les exijo nada, sino que disfruten en el proceso, que aprendan, y que salgan del aula diciendo soy bailarín, estoy bien estirado y a mí que me digan lo que sea, pero yo estoy
contenta de ser síndrome de Down. Es lo que yo quiero, y les digo a veces “tenéis mucho morro porque por ser síndrome de Down hacéis lo que os da la gana y no me gusta esa actitud”. Les digo: “No, no, puedes ser síndrome de Down, pero yo no soy tonta, como tú tampoco… a ver, puedes hacerlo. Que te va a costar, sí, pero a mí también me cuesta, qué te piensas, que a los demás no nos cuestan las cosas…”. Pero tienen que saber, primero, que son síndromes de Down, que eso no se les va a quitar, pero son gente magnífica, hay que aprender de ellos.
C. A.: ¿Y cómo surge el espectáculo que hacéis? I. V.: Pues, por ejemplo, ahora a los 25 años, he planteado
una idea y habrá un nuevo espectáculo. He planteado una idea mía principal y a ver ahora cómo se desarrolla, porque una cosa es lo que tengo yo en la cabeza y luego a ver dónde llegas, a dónde vas a llegar. El anterior fue la reducción de las capacidades, ¿Por qué? Porque al final tenemos que decir que estamos hartos de engancharnos a algún tipo de trabajo que es muy cuadrado cuando ellos tienen una capacidad de expresión y de sentir que es magnífica. Van a un centro, les preparan para hacer esto, algunos cogen depresión porque les preparan para hacer eso, pero su cabeza es más amplia y hay problemas, pero a nadie le
importa, porque como es Síndrome de Down, porque esté así no pasa nada. En ese espectáculo trato de
eso, trato de esa fábrica en la que los bailarines entran y hacen un trabajo uniforme hasta que pasan cosas: se
enamoran, son felices, trabajan de otra manera, se mueven de otra forma. A veces se les quiere cortar las alas ¡Qué manera de cortarle siempre las alas! Todos los espectáculos están relacionados con la libertad de ser como somos, y nada más.
C. A.: ¿La compañía cuenta con un número fijo de miembros?
I. V.: Siempre partimos de los mismos y hemos ido añadiendo. Empezamos hace 25 años con tres bailarines con síndrome de Down y ahora son 18 o 19 en el espectáculo: entran, salen; cada uno sabe lo que tiene que hacer. Son 55 minutos de acciones que no se repiten, que son diferentes, que tienen una complejidad. Y los
espectadores son muy exigentes, a veces crueles a la hora de valorar un espectáculo de danza. Al bailarín normal no le exigimos tanto. Estos tienen 55 minutos metidos en la cabeza, y no se pierden, y lo hacen todo perfecto y todos van con armonía y lo que comentamos es que “la coreografía es muy simple, ¿no?”
A mí me ha llegado a decir esto algún crítico. Al final, te encuentras con gente que es muy cerrada que no ve más de lo que quiere ver; pero lo que sí es cierto es que ellos tienen un mérito enorme porque son síndrome de Down. Tienen una discapacidad, pero lo que hacen es bonito y transmiten, porque hay gente que llora, que vive lo que está pasando. El escenario es naturaleza en vivo porque en un espectáculo con los mismos
pasos hay diferentes emociones, ellos son los que lo están viviendo, y transmiten.
C. A.: ¿Cómo financiáis estas actividades?
Jesús Murúa.: Tenemos varias partidas pequeñas de entre 1.000-2.000 euros de Diputación, Ayuntamiento y algo del Gobierno Vasco. El conjunto de ese dinero hace que algo tengamos, pero nosotros fundamentalmente vivimos de nuestros cachés: de los espectáculos que hacemos, lo que nos pagan los teatros o los ayuntamientos o las empresas que nos contratan, y de las pequeñas subvenciones que nos dan estas tres entidades.
C. A.: Vuestra tarea es un trabajo de humanización, de desarrollo integral de todos los que intervienen en el proceso, vosotros, los bailarines, los que asisten a vuestros espectáculos.…
I .V.: Al final, yo no exijo nada al espectador, hago ese espectáculo y mi objetivo ya está hecho. Cuando ya están todos preparados para salir y todo montado ya he hecho mi trabajo, ahora hay que disfrutarlo. El que viene, está abierto y ve otras cosas, es lo que se lleva a casa. Porque al final de estos 25 años ya no me importa lo que digan, me importa lo que yo siento y lo que sienten ellos. El día que no sea feliz con Verdini,
lo dejaré porque a mí esto es lo que me importa.
J. M.: El recorrido ha sido duro sobre todo en los inicios porque íbamos a un ayuntamiento o a la propia Diputación de aquí y pedíamos subvención, pedíamos que nos ubicaran de alguna manera y los de Cultura nos mandaron a Bienestar Social; llegamos a Bienestar Social y nos mandaron a Cultura y todo así, y tampoco nos conocían y tuvimos que demostrar a todo el mundo que los chavales merecían la pena y que hacíamos un trabajo muy bueno. Ahora concejales, alcaldes, diputados, todos conocen perfectamente
el trabajo de Isabel, todo lo que se hace aquí y ya está bastante reconocido el trabajo. Hemos salido fuera, estuvimos en Oxford, también en Francia, Biarritz, en Lourdes, en bastantes sitios.
C. A.: Aunque ha sido difícil, ahora estáis recibiendo el resultado de vuestro trabajo, de vuestra ilusión, de vuestros esfuerzos en estos 25 años.
I. V.: Sí, sí, estoy contenta. Surgimos por una necesidad y siempre lo digo, porque vi a mi sobrina y vi el panorama que había y dije aquí hay que hacer algo, no podemos dejar esto así, la familia era muy feliz y ahora… ¿qué pasa aquí? Que la “pitufilla” esta es magnífica y es preciosa. Estaba redondita, bonita, bonita… una preciosidad. Ese fue el punto de partida de Verdini, pero sí que es cierto que al final ese
punto de partida ha echado raíces, hay más gente que se ha unido.
C. A.: Ya no es solo la chiquitina esa, tan preciosa, a la que tú querías con toda el alma, ya son muchos chiquitines que se han beneficiado de ese impulso tuyo, de ese trabajo tuyo… No os quiero quitar más tiempo, pero sí daros las gracias. Porque yo diría que habéis puesto alas a los sueños, a los sueños no solo de ellos, sino a vuestros sueños y a los sueños de los que tenemos la suerte de haberos conocido. Nos vamos con la convicción y la alegría de que el mundo, con el Proyecto Verdini y personas como vosotros, puede cambiar, ya está cambiando.